lunes, 5 de marzo de 2012

Odio a los indiferentes.

Hay textos por los que no pasa el tiempo. Cambian las circunstancias históricas, pero siguen teniendo plena actualidad y vigencia. Uno de los pensadores marxistas que aportó más modernidad a sus análisis fue el italiano Antonio Gramsci. Encarcelado por Mussolini murió en un hospital penitenciario el 27 de abril de 1937. Tenía 70 años. Pues bien, 74 años después de su desaparición, uno de sus textos de juventud, escrito en 1917, es decir hace nada menos que 94 años, parece redactado expresamente para referirse a las actitudes de indiferencia, desencanto y desentendimiento de la política que se ha instalado en ciertos sectores de la sociedad española. El texto en cuestión, una breve reflexión de poco más de 80 páginas, lleva por título ‘Odio a los indiferentes’.

El resumen del que disponemos en castellano rebate mucho mejor que cualquier otro texto actual algunas de las ideas que están en la mesa del debate político de estos días. Fue escrito para advertir sobre la llegada del fascismo italiano, pero se puede aplicar a otros momentos en los que la renuncia al poder del voto abre la puerta a autoritarismos de distinto signo. Un texto que entronca también con los versos de unos de nuestros grandes poetas, Gabriel Celaya, cuando escribió: “Maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

A continuación el resumen del texto escrito por Gramsci hace casi un siglo.

“Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes”.



La República


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