sábado, 13 de abril de 2013

Las corporaciones y el fascismos una vieja alianza




Hoy en día vemos como el poder económico occidental utiliza organizaciones muy violentas e intolerantes para atacar a las sociedades de países  que no se someten, es el  caso de la yihad en Afganistán, Libia o Siria, también en otras partes. Sin embargo, esto no es nada nuevo. En la  propia Europa, a  comienzos del  siglo pasado, ese poder económico también financió y armó a organizaciones violentas e intolerantes, era la aparición del fascismo.



Las corporaciones y el fascismo: una vieja alianza.

 Ein Volk, Ein Reich, Ein Getrank (One People, One Nation, One Drink) Olympic Games in Berlin 1936
 Una gente, un imperio, una bebida...

Ya vimos en un capítulo anterior como el mundo empresarial y financiero alemán daba su apoyo y empujaba al nazismo ya desde sus primeros pasos. Ver el artículo: La influencia del poder económico en el auge del nazismo.


El mundo de los negocios vio al fascismo como a una verdadera bendición. En una época donde los trabajadores estaban cada vez más organizados y resultaba más difícil controlarlos, el carácter militar y violento, tanto del fascismo italiano como del nazismo alemán, venían como anillo al dedo a los deseos de las grandes empresas. Esto implicó una anulación de las libertades, entre ellas las de sindicación y huelga, que produjeron una reducción enorme de los derechos laborales. Las protestas significaban la detención, acompañadas de tormento y en muchos casos suponía la propia muerte. Los salarios de hambre, junto a las jornadas laborales interminables, al menos durante seis días a la semana, donde podían estar trabajando hasta sesenta o setenta horas, provocaron una vuelta a situaciones de semi-esclavitud o  incluso de esclavitud para aquellos que eran prisioneros políticos, prisioneros de guerra o judíos. Pero esto, por el contrario, supuso una época dorada para el empresariado, entre ellos las transnacionales norteamericanas que estaban asentadas en la Alemania nazi. 
El clima de guerra, además de mantener este "orden" social, permitió la fabricación y venta segura de enormes cantidades de productos. Los Estados daban su oro a estos magnates de la guerra.

En el campo de concentración alemán de Buchenwald, en Turingia, aparecía inscrita a su entrada, en la puerta principal, lo siguiente:

A cada cual, lo suyo.(1)

Que reflejaba el modo de actuar del fascismo, expresando el propio pensamiento de los dirigentes del mundo de los negocios; donde hay unos pocos amos que controlan tanto el poder político como el económico, y son ayudados y mantenidos por un ejército o policía que evita que la gran masa de gente discuta su papel de rectores y dueños del mundo.

De hecho, la llegada al poder de esta ideología totalitaria, tanto en Italia como en Alemania, o también en España, se debió al apoyo del mundo financiero y de las grandes compañías,  bien aportando el dinero, el material bélico u otro tipo de ayuda necesaria, además de colaborando con influencias políticas. Y recibió este apoyo precisamente para hacer el trabajo que estaba previsto que hiciese, someter mediante la violencia y la guerra a la propia sociedad y también a otros países. Hitler y Mussolini eran ampliamente admirados por los propietarios, accionistas y directivos de las grandes corporaciones. Entre las compañías que se beneficiaron de todo esto estaban por ejemplo: General Motors, Opel, Ford, IBM, Standard Oil, IG Farben –compuesta de Basf, Bayer o Agfa, entre otras-, Dupont,  Union Carbide, General Electric o la propia  Coca Cola. También estaba el sector financiero, con  bancos como J.P Morgan y el mundo de Wall Street. Estas empresas y tantas otras más vieron aumentar sus ingresos de una forma espectacular, por la anulación  de los derechos de los trabajadores y por el programa de rearme introducido por el régimen nazi. La Segunda Guerra Mundial, como la Primera, resultaba muy provechosa para el poder económico, que volvía a hacer colosales negocios en medio de la muerte y el sufrimiento de millones de personas.2, 3 Pero este provecho era mutuo, porque Hitler llegó al poder gracias al mundo empresarial y financiero, por ellos logró sus victorias militares con los vehículos y material bélico suministrado principalmente por las subsidiarias de General Motors, Ford o Opel (de GM); junto al suministro de combustible aportado por la Texaco o la Standard Oil o por la tecnología de la comunicación por parte de ITT o IBM. El dinero venía de los bancos. Sin la ayuda de estas corporaciones el régimen nazi nunca hubiese podido extenderse por toda Europa  creando el terror.2

Los beneficios que obtenían las compañías ya antes de la  guerra eran excelentes. La Fordwerke de Ford, obtuvo 63.000 RM (Reich Marks –marcos imperiales-) en 1935 y 1.287.000 en 1939. La factoría Opel de GM pasó de tener en 1933 un 35% del mercado a un 50% en 1935. En 1939 la GM y la Ford controlaban el 70% del sector del automóvil en Alemania. La Coca Cola, a través de su subsidiaria, de 243.000 cajas vendidas en 1934 pasó a cuatro millones y medio en 1939.2 Esto pese a que en teoría los beneficios no podían ser repatriados, pero se eludía aplicando royalties y otros derechos a las plantas de fabricación que había en Alemania.

Una de las personas que se enriqueció y ganó poder en Estados Unidos mediante los negocios con la Alemania nazi fue Prescott Bush, el abuelo de G.W Bush, y padre de G.H.W. Bush, ambos presidentes de Estados Unidos. Se acusa a la familia Bush de que gracias a estos negocios consiguió su fortuna y creo la dinastía política.4 La empresa en la que trabajaba Prescott, Brown Brothers Harriman, actuó como base en Estados Unidos para el industrial alemán Fritz Thyssen, uno de los soportes financieros de Hitler. Fue también director de la Union Banking Corporation (UBC), asentada en Nueva York y que representaba los intereses de Thyssen en EE.UU. Incluso después de la entrada en guerra de Estados Unidos con Alemania y de haber salido una ley que prohibía estos negocios, Bush continuó trabajando para la UBC. De hecho él era tanto director como accionista de varias compañías propiedad de Thyssen.

Hacia finales de 1930 tanto Brown Brothers Harriman como la UBC habían enviado millones de dólares en oro, combustible, acero, carbón y bonos del tesoro de EE.UU. a Alemania, para financiar el plan de guerra de Hitler.4

También el padre de Prescott Bush, Samuel, hizo provechosos negocios  durante la Primera Guerra Mundial, vendiendo armas de Remington al ejército de EE.UU. Por ello no es extraño que dada la tradición familiar de hacerse ricos por medio de las guerras, los periodistas Ben Aris y Duncan Campbell dijesen lo siguiente respecto al nieto de Prescott Bush, que era entonces  presidente de EE.UU., G.W. Bush:

Más de sesenta años después de que Prescott Bush hubiese sido sometido a un breve examen en el tiempo de la despedida a la guerra, su nieto está siendo sometido a un tipo diferente de escrutinio pero apoyado en la misma percepción que, para alguna gente, la guerra puede ser un provechoso negocio.4

Hoy en día, como  también sucedió al acabar la Segunda Guerra Mundial, se suele eludir la enorme responsabilidad de estas compañías en el desarrollo y actuación del Tercer Reich. Su importancia fue capital y fueron tan responsables como los propios miembros de las SS. La responsabilidad del mundo de los negocios involucraba a EE.UU., pero por supuesto a la propia Alemania; donde por ejemplo la IG-Farben utilizó mano de obra esclava de los campos de concentración y fabricó el gas Zyclon-B,  que sería utilizado para gasear a judíos y todo tipo de disidentes políticos. Esta empresa salió prácticamente impune y al acabar la guerra se dividió en varias marcas; aunque manteniendo el control de la empresa y las acciones las mismas personas que durante la época nazi. Sus sucesoras fueron: Bayer y Basf, entre otras. Sobre Benz, BMW, AEG, Wolkswagen o Siemens, por citar algunas de las que participaron, también  recae una grave responsabilidad.2 No obstante, no se hizo justicia y los hombres de negocios, que consiguieron enormes ganancias y poder en esa época, continuaron dominando el mundo empresarial y financiero, y también el político. Ya en la guerra el gobierno estadounidense no se puso en marcha para parar el abastecimiento y financiación de las compañías norteamericanas hacia el régimen nazi. Es más, las protegieron hasta el final.

El presidente Roosevelt incluso dio la orden de no bombardear las propiedades de las corporaciones en Alemania y en la Europa ocupada. Así, mientras la ciudad alemana de Colonia era reducida a cenizas [salvo su catedral], su factoría de la Ford -que suministraba armas y vehículos utilizados para matar a los soldados americanos- permaneció intacta.5

El apoyo de la élite estadounidense, que controló los juicios de Núremberg y Tokio, fue fundamental para esta práctica impunidad. Esta élite necesitaba a la alemana para hacer negocios en Europa y tener bajo su control a estos países.

Estados Unidos una vez acabada la guerra, y en realidad desde que entró en Europa, tuvo en su mente acaparar todo el territorio que pudiese, con el fin de someter a esas zonas posteriormente a una explotación comercial. 
La historia de la llegada de Estados Unidos a Europa en la Segunda Guerra Mundial no fue una historia con un final feliz donde se hiciera justicia.

La historia fue peor. Después de la guerra más que ser perseguidos por ayudar y abastecer al enemigo, ITT, obtuvo 27 millones de dólares del gobierno americano por los daños infligidos en sus plantas alemanas por las bombas aliadas. Y General Motors recibió otros 33 millones por daños. Ford y otras compañías recibieron sumas considerables.
Enfrentándose a diversos litigios entre 1999 y 2000 un número creciente de empresas admitieron haber utilizado y haberse beneficiado de los trabajadores gratuitos suministrados por los nazis desde los campos de concentración. Pero ningún director de empresa americano [estadounidense] fue perseguido por su complicidad con los crímenes de guerra.5

Quienes digan, para excusar estas tropelías, que sino venía el comunismo, bien se les puede responder que un comunista con más razones les diría que sino venía el capitalismo, que, por cierto, bastantes más crímenes que el comunismo ha cometido y comete. Quien se escude en tan bajos y falsos argumentos demuestra su nula comprensión de los hechos y su poco valor moral, porque estas excusas siempre se han usado en la historia, para matar judíos, vietnamitas, nativos norteamericanos o eslavos, por poner solo unos ejemplos; y para engañar y expoliar a sus propios vecinos y paisanos.
Esta terrible historia de las grandes compañías económicas europeas y estadounidenses no es apenas conocida en el mundo occidental y estas mismas empresas, no por casualidad, están conduciendo a una buena parte de todos estos países a la pobreza y a continuas guerras: Yugoslavia, Irán (guerra Irán-Irak), Irak, R.D. Congo, Libia, Siria...
 Podremos decir esta conocida frase tan habitualmente olvidada: se puede engañar a algunos todo el tiempo, incluso a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.


De Mikel Itulain. Justificando la guerra.
 Notas:
(1) Carlo Falconi. El silencio de Pio XII. Plaza & Janes, 1970.
(2) Jacques Pauwels. El mito de la Guerra Buena. Hiru, 2002
(3) Antony C. Sutton. Wall Street and the Rise of Hitler. Chapter two. Julio 1976. 
(4) Ben Aris & Duncan Campbell. How Bush´s Grandfather, helped Hitler´s rise to power. The Guardian, 25 September 2004.
(5) Michael Parenti. Más patriotas que nadie. HIRU. 2004. p 118-119.

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